Educación Virtual Impacto la Tecnología en la Ética Profesor y del Estudiante

La ética modela nuestros comportamientos en el accionar de nuestra vida. La misma que comienza con nuestro nacimiento.

Cuando nace el ser humano, se desprende la evolución de su vida, que va desde la formación del hogar y la de los centros formativos. Llámense las Escuelas, Universidades, Iglesias, Gremios, Clubes entre otros. Cada uno contribuye en esa formación fundamentado en la verdad. Los educadores de hoy debemos formar personas con criterios propios que les permitan tener una independencia en su actuación, apegada a la realidad, ser temerosos de hacer falsedad en los hechos a realizar.

La conducta  debe estar asociada con la responsabilidad social y profesional, con una visión amplia de las circunstancias en el ejercicio de la profesión y en la preparación del profesional para reconocer y comprender mejor las situaciones que conducen al dilema moral, utilizando habilidades intuitivas y creativas para pensar y tener respuestas inmediatas, identificar prioridades, ser conscientes de los valores morales de los demás,  enriquecer y mejorar los suyos, discernir claramente la acción más apropiada en las circunstancias, e implementar sus decisiones de manera responsable. El profesional debe valorarse con su accionar, estableciendo conciencia de ser fiel en la ejecución de su trabajo. Nuestro trabajo se garantiza cuando se apega a la verdad y cumplimos con normas, principios y códigos de ética. Las cuales exigen transformación que involucran al profesional docente, a los estudiantes, al profesional con sus clientes. Tomando como elementos básicos la sociabilidad, la salud mental, la sicología, la dignidad humana, la integración y fidelidad, tenemos la responsabilidad de formar un profesional capaz de integrar el conocimiento técnico, sin descuidar la conducta ética en su trabajo, en el mercado laboral, en la docencia y en el ejercicio profesional, que hoy es altamente competitivo.

La competencia ética, así como aquellas capacidades que la persona experimenta en situaciones reales donde se plantea un conflicto moral, para deliberar de forma justificada y actuar coherentemente, reconociendo en cada caso la globalidad de la situación y a todos los involucrados, a la vez que representan la dignidad, la integridad y la individualidad de cada actor.

El uso de dichas competencias implica un análisis de la propia conducta, el interrogarse sobre las decisiones y actuaciones anteriores y trabajar sobre la propia persona, mediante la confrontación regular entre el origen y el sentido de las decisiones o actuaciones y los valores implícitos. De ahí que: “la competencia ética no es un resultado acabado, sino un proceso, en el cual las autoevaluaciones son el único procedimiento posible y coherente” (Burguet Arfelis y Buxarrais Estrada, 2012, 222).

Por su parte, los profesores  (Villa Sánchez y Poblete Ruiz, 2008, 226) en su trabajo sobre aprendizaje por competencias, también describen y profundizan en la competencia, “sentido ético”, clasificándola como una “competencia genérica interpersonal”, que consiste en “la inclinación positiva hacia el bien moral de uno mismo y de los demás (esto es, hacia todo aquello que es bueno o tiende a la integridad o realización del individuo), y la constancia en el bien moral”; aunque su dominio también lo relacionan con el pensamiento analítico, el pensamiento sistémico, el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la toma de decisiones, la comunicación interpersonal, la diversidad y la interculturalidad, la adaptabilidad, la responsabilidad, la autonomía, la justicia o la cooperación, etc.

A este punto nos encontramos con que la competencia ética aparece desvinculada del ciberespacio, y lo mismo sucede con la competencia digital en relación a la ética (no existen referencias directas entre los ámbitos). Sin embargo, las relaciones entre educación, ética y ciberespacio las encontramos en tres direcciones. En efecto, a nuestro juicio, las implicaciones éticas del ciberespacio, desde una perspectiva pedagógica, abarcan tres ámbitos de reflexión: 1-) Atendiendo a la creación y elaboración de dispositivos y software; 2-) Atendiendo a la creación de contenidos y difusión de la información; y 3-) Atendiendo al impacto de lo anterior en el desarrollo del sujeto y las comunidades. Tanto la creación de dispositivos como la elaboración de software incidirán en el tipo de experiencia que el usuario tendrá con la tecnología. Igualmente, la creación de contenidos y difusión de la información en una economía basada en el conocimiento tiene una importancia trascendental. Tanto el primero como el segundo punto inciden directa o indirectamente en el desarrollo de las personas y de los pueblos, hasta el punto de que para muchos el acceso a las tecnologías computacionales constituye ya un derecho humano.

Por el sentido que tiene la tecnología, es aquí donde se abre paso la Ética y la filosofía de la educación como ámbitos destinados a cuestionar y reflexionar sobre el rumbo pedagógico de la tecnología. Pero se introduce una particularidad. En esta reflexión que se propone, los tiempos no son los mismos. El tiempo del “uso” es un tiempo inmediato, la rapidez del instante tecnológico contrasta con el tiempo necesario para pensar y elaborar un discurso acerca del sentido de la tecnología. Sin lugar a dudas, las tecnologías “están ahí”, y resulta estéril, a estas alturas, el debate entre tecnófilos o tecnofóbicos, ya que lo verdaderamente relevante es el sentido y los espacios (escuela, familia, personales, etc.) que educativamente concedemos a las tecnologías; qué valores nos permiten promover y qué tipo de relación educativa nos condicionan, ya que la tecnología, en ningún caso, nos ahorra el esfuerzo pedagógico de tener que reflexionar sobre el sentido de la acción educativa (García Gutiérrez, 2012). Junto al nivel de uso se sitúa el nivel de sentido, caracterizado por una “racionalidad práctica” (no instrumental), una “lógica del sentido”, que tiene que llevar a educadores y educandos, y en general a todos aquellos “usuarios” de la tecnología, a reflexionar sobre la despersonalización a que puede conducir una mera “lógica del uso”.

En cierta  etapa del ser humano, en su cotidianidad y apegado a su costumbre, la técnica puede sustituir la ética, imposibilitando que la persona pueda cuestionarse sobre su propia identidad o poner en perspectiva   su vida, lo que ha vivido y como lo ha vivido. Ya pensemos en la necesidad de un enfoque transversal entre competencias ético-digitales, como el propuesto por las profesoras Burguet Arfelis y Buxarrais Estrada (2012).

Ya sea un enfoque en el que se identifican diferentes niveles de apropiación de la tecnología, es necesaria una reflexión constante sobre el sentido que para cada uno tiene la tecnología. No podemos perder de vista la “escala humana” a la que deberían estar sometidas también las tecnologías computacionales e informacionales. Así, lo importante de la “lógica del sentido” es que permite distinguir entre objetos y sujetos, entre dispositivos, programas, personas, así como entre medios y fines educativos, permitiendo comprender que las personas tienen valor en sí mismas y merecen respeto allá donde habiten (espacios físicos o virtuales).

Este proceso nos ayuda a promover e identificar horizontes de plenitud humana a través de la tecnología, promoviendo los usos más positivos y reflexionando sobre aquellos negativos. A reflexionar críticamente desde una perspectiva humanista sobre los valores que promueven las tecnologías. No pasando por alto que las tecnologías están instrumentalmente vinculadas al proceso educativo, por lo que el educador debe tener la capacidad de distinguir los distintos grados de comunicación, pudiendo identificar que el proceso formativo no es únicamente un proceso que podría perfeccionarse tecnológicamente. La lógica del sentido ayuda al educador a plantearse este tipo de cuestiones y no pensar, por ejemplo, en el proceso educativo como un mero proceso de comunicación optimizable tecnológicamente. En este sentido, el educador debería estar en condiciones de ser capaz de pensar en qué medida mejora o dificulta una relación educativa mediada por la tecnología.

¿Qué piensan los profesores del “Nivel de Uso” y del “Nivel de Sentido”?

Los niveles de uso y sentido dibujan un continuo de ida y vuelta entre competencias digitales y éticas en la creencia de que el sentido crítico, la reflexión o el tacto pedagógico no se limitan al mundo educativo “físico”, sino que también abarcan y deberían estar presentes en el ciberespacio. En este punto, y a modo de ejemplo, se presentan brevemente parte de los resultados del estudio exploratorio “Ciberespacio y educación: nivel de uso y nivel de sentido”, realizado entre profesores de Educación Secundaria Obligatoria, mediante grupos de discusión, durante el curso 2012/13.35. El objetivo de este estudio era precisamente aproximarnos a cómo los profesores entienden y desarrollan la competencia digital; sus expectativas y formas de apropiación de la tecnología. Para ello hemos considerado, como hipótesis de partida, dos niveles de apropiación de la tecnología por parte de los docentes: el nivel de uso y el nivel de sentido. En el primer nivel predomina una visión instrumental de la tecnología; orientada al acceso y a promover y universalizar su uso e introducción en el aula. En el nivel de sentido predomina la lógica de la comprensión, la reflexión y la responsabilidad en la transmisión de valores en contextos educativos híbridos.

El nivel de sentido aparece vinculado a la dimensión ética del ciberespacio. Además, en este nivel se han detectado problemáticas que, dirigidas a los alumnos, también inciden de forma especial en los propios docentes. Estas problemáticas, en ocasiones pueden estar detrás de las resistencias que se experimentan ante el uso o la introducción de tecnologías de la información y la comunicación en las clases. En efecto, se ha detectado como problemático para los docentes, la dificultad para diferenciar entre espacios y tiempos formativos, y espacios y tiempos para el ocio. Algo que también afecta a su propia privacidad y a la percepción que tienen de los espacios y los tiempos cuando median la tecnología de la información y la comunicación. La tecnología diluye la frontera entre tiempo de ocio y tiempo formativo o de trabajo; entre el aula y lo extraescolar. También es interesante el empleo de términos como control, protección que evidencia hasta qué punto ha calado en el ámbito educativo el paradigma de la seguridad en detrimento de un enfoque desde la autonomía y la responsabilidad. Para los docentes el nivel de sentido tiene que ver sobre todo con la relación con los otros. Si en el nivel de uso la mayoría de los comentarios apunta a la relación de los alumnos con la información y el conocimiento, “la educación en un mundo tecnificado y virtual no puede prescindir de las competencias éticas y de una “lógica” que sea capaz de transcender los planteamientos utilitaristas del uso, hasta abrir paso a la reflexión sobre el sentido de las tecnologías y el ciberespacio como ámbitos de formación humana. Como indican García Amilburu y Ruiz Corbella (2009, 119), una gran parte de las capacidades y competencias que los profesionales de la educación más valoran no pueden englobarse propiamente en el mundo mercantil, sino que pertenecen más bien al ámbito humanista, y se adquieren y consolidan precisamente con el cultivo de estos saberes, “fomentando las actitudes y los conocimientos que permitirán al espíritu del hombre continuar estando abierto a la totalidad de lo real” ”García Gutiérrez (2013).

A la luz de los datos expuestos, es importante insistir en la importancia de la formación universitaria en materia de ética profesional, con el fin de crear una cultura deontológica que facilite la resolución de situaciones profesionales conflictivas y  que pueda ayudar a desvelar y discernir los momentos éticos en la práctica profesional; en definitiva, proporcionar al futuro profesional las herramientas para abordar posibles conflictos. Hablar de ética es tratar sobre cómo se debe actuar, es hablar de valores que deben ser defendidos y respetados, planteándose en ocasiones dilemas que exigen respuestas responsables. Actuar éticamente tiene que ver con la justificación y con las razones que soportan las decisiones adoptadas. Queda claro, por tanto, que no bastan las buenas intenciones; los comportamientos y sus resultados también deben orientarse de acuerdo con principios y valores sólidos.

El alumno en el enfoque de la Educación Integral.

En él se concretizará ese perfil de ser humano que queremos formar y, como señalábamos antes, esto nos remite a los valores, esos que se convertirán en fines educativos y en fundamento de los objetivos curriculares.  Por lo que proponemos la siguiente escala valorativa como fundamento de una educación integral.

La ciencia y la tecnología, como manifestaciones concretas de la actividad del hombre, son esencialmente actividades humanas y, por tanto, les son inherentes los juicios de valor. La única verdadera educación es la que incluye la educación en valores. La educación en valores es posible si se cuenta con profesores éticos, comprometidos con la educación de sus alumnos y entrenados en el manejo de la metodología adecuada, la cual debe ser diversa, ágil y muy activa. El desarrollo de habilidades sociales es una vía para la educación en valores. El juego y el arte en todas sus manifestaciones pueden convertirse en estrategias didácticas para el desarrollo de habilidades sociales. La evaluación es uno de los componentes fundamentales del proceso de enseñanza–aprendizaje; su papel de acompañamiento y retroalimentación es una función indispensable para el alumno, el profesor, la institución y la misma familia. Además, tiene por lo menos una doble dimensión: la formativa y la acreditativa; desde el aspecto formativo, la evaluación constituye el prisma a través del cual se obtiene información sustantiva para ir analizando el desarrollo del proceso formativo y significativo de los aprendizajes que el alumnado adquiere; respecto a la dimensión acreditativa, la acción evaluativa sirve para constatar si se han adquirido los conocimientos, las habilidades y las actitudes indispensables para el cabal ejercicio de la profesión. Lo que necesita quedar claro es que la evaluación en el ámbito universitario y no universitario ha de ser continua, participativa, integradora, reguladora y, al mismo tiempo, constituir un instrumento pedagógico que contribuya a la mejora de todo el proceso educativo.

Con el avance de la investigación educativa actual se han identificado factores que, indiscutiblemente, influyen en lograr una mejor educación propiciada por mejores planes de estudios, programas, plantas docentes, métodos de enseñanza e infraestructura académica. En las décadas recientes algunos investigadores y funcionarios públicos han identificado la calidad educativa con los resultados de los exámenes, han jugado con las estadísticas e incluso se complacen en establecer ordenamientos engañosos de instituciones y programas.»Cada vez son más las herramientas que permiten disipar preocupaciones en materia de calidad de la educación virtual. Los docentes pueden generar incentivos para asegurar que su clase tenga la misma calidad que las presenciales. Ninguna opción es mejor que otra, simplemente responden a necesidades diferentes, y ambas tienen ventajas», asegura Karol, quien, incluso desde antes de la expansión del brote (Pandemia Covid 19), ya venía probando la modalidad digital como asistente de docencia en el mismo programa que estudia, además de aprovechar las plataformas sociales para difundir datos claves sobre el sector educativo. 

Seguramente la baja calidad de la educación —tan sustantivada en estos tiempos— tiene que ver con muchos factores; uno de primordial importancia es la precaria concepción y práctica de la evaluación. Y estoy de acuerdo en que, para efectos de planeación a gran escala, se le defina, como suele hacerse, por la concurrencia de los cuatro criterios tradicionales del desarrollo de un sistema educativo: ‘”eficiencia, eficacia, relevancia y equidad, pero no es suficiente.”

Hablando como educador, creo que la calidad educativa se nutre de la evaluación, arranca en el espacio del aula, en la interacción personal cotidiana del maestro con el alumno, de los alumnos entre sí, y en la actitud que este desarrolle ante el aprendizaje. Para hacer efectivo este principio pedagógico, no es necesario entrar en abstracciones teóricas, sino reconocer que la educación es en esencia un proceso de interacción entre personas, y que su calidad y mejora dependen decisivamente del educador.

Los educadores, parafraseo aquí al doctor Latapí (1995): abordamos el problema de la superación humana desde perspectivas existenciales profundas; queremos transmitir a los alumnos experiencias personales a través de las cuales adquirimos nuestra propia visión de lo que es una vida de calidad que implique felicidad, incluso amor, y nos esforzamos porque el estudiante llegue a ser él mismo, un poco mejor cada día, ‘’inculcándole un hábito razonable de auto exigencia que lo acompañe siempre‘’

 Al fin de cuentas, los educadores —insiste este autor— sólo transmitimos lo que somos, lo que hemos vivido: algo de sabiduría y algunas virtudes venerables que no pasan de moda, un poco de compasión y solidaridad, respeto, veracidad, sensibilidad a lo bello, lealtad a la justicia, capacidad de indignación y a veces de perdón; y algunos estímulos para que nuestros alumnos “descubran su libertad posible y la construyan en nuevas situaciones de vida.”

 Si los  alumnos recogen y recrean estas enseñanzas, y si además se toman a sí mismos con sentido del humor, podrían cumplir decorosamente con el cometido de convertirse en personas formadas, que estén a la altura de hacerse cargo de sí mismos y obtener un perfil conforme a lo que exige la sociedad: un perfil íntegro, comprometido con un accionar pulcro, enfocado en el desarrollo de los demás. Ser emprendedores, mentores de una trayectoria del desarrollo de  soluciones, de implementar modelos educativos adecuados a la frágil vulnerabilidad que vivimos actualmente. Tener claro el perfil que necesita la sociedad donde se desarrollara el estudiante, con el fin de agregar valor a sus enseñanzas, fomentando las prácticas correctas. Impactando en la virtualidad en todos los ámbitos, involucrándose en los medios tecnológicos que sirvan de base para el desarrollo de su labor de una forma más efectiva y dinámica, fomentando iniciativas  y solución de problemas mediante medios efectivos y de acceso seguro.

La ética virtual espera de nosotros actuar con  valores, para tener un conocimiento productivo e integro.

Nury Mercedes Matías Antonio, Mag.

República Dominica, provincia Duarte, ciudad de SFM.

Docente, conferencista, coordinadora de CEPAN.

Asesora Financiera y Auditora.

Mag. En Alta Gerencia, postgrado en Contabilidad Impositiva.

Licenciada en Contabilidad y en Administración, tasadora, catequista de niños.

Escritora de Tres temas para AIC, en la Conferencia 2015, 2017, 2019.

Otros artículos

Ética Sostenible

CPA Uraí Ibáñez de LeónMiembro de la Comisión de Ética y Ejercicio Profesional de AIC En el presente, es de carácter relevante hablar de ética...

Sepa más

Informe externo extendido

Angel Devaca PavónPresidente de la comisión de normas y prácticas de auditoría de la AIC   Este articulo elaborado para su publicación en la revista...

Sepa más

Bases de Datos en Gestion Empresarial

Por C.P. Héctor Jaime Correa PinzónPresidente Asociación Interamericana de Contabilidad Hoy en día la cuantía y dispersión de variables que operan en cualquier sector productivo...

Sepa más